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La espía indeseada

  • Foto del escritor: Jaquio
    Jaquio
  • 4 sept
  • 3 Min. de lectura

Era una noche cualquiera en Ciudad Mágica, un parque reconocido en Caracas, Venezuela. Su sello característico era que estaba compuesto por atracciones vivientes llamadas "humanoides" que se dividían en muchas sub-razas y con ello ofrecían un tipo de atracción distinta.


Rumba era una pandereta humanoide, capaz de transformarse en un disco que rebota y lanza a los pasajeros fuera del asiento. Lo habían contratado hacía unos cuatro meses atrás gracias a las diligencias de dos colegas humanoides, Samba y Zumanjaro.


Rumba vagaba por el parque buscando donde sacar un latón de agua electrificada. Sin embargo se percató de un olor inusual; se quedó con la boca abierta, en una cómica expresión de "sorpresa", y finalmente reconoció el olor.


Era una humana.


Pero no se suponía que los humanos merodearan el parque a altas horas de la noche. El parque se volvía dominio exclusivo para los humanoides empleados. Ningún humano debía merodear el parque una vez que cerrara pasadas las doce de la noche.


Entonces Rumba se olvidó del latón y fue en busca del olor. Se deslizó cautelosamente entre las sombras mientras seguía el rastro. Se internó entre muros, cercos y zonas de trabajo que de día correspondían a cada humanoide. Fue entonces cuando al fin la consiguió, husmeando cerca de la oficina de Louise Veronika Bradford, dueña y manager del parque.


— ¡IIIINTRUSAAAAA!


La humanita se volteó abruptamente y palideció. Era una gordinflona con lentes, blanca y cabello castaño. Tenía una papada flojota que le colgaba, y en general, recordaba a una rata diabética.


En vez de responder, la humanita comenzó a correr. Ay papá, cómo se notaba que ella JAMÁS había lidiado con humanoides antes. Las panderetas humanoides eran las segundas mas veloces del reino humanoide. Por eso Rumba alcanzó a la tipeja en un santiamén.


— ¿Para dónde vas, niña, qué es esto?


Al ver que Rumba le bloqueaba el camino, volvió a echar a correr. Casi divertido, Rumba la persiguió como quien persigue una presa. Al final del día, los humanoides, todos sin excepción, eran depredadores y tenían fuertes instintos. El ver a la niñata correr le despertaron aun más las ganas.


Rumba finalmente acorraló a la humanita cuando ésta estuvo a punto de llegar al portón de Ciudad Mágica. Se instaló confianzudamente y se agachó. La miró sonriendo de lado mientras le mostraba sus enormes garras, de más de treinta centímetros de largo, ya que Rumba medía cinco metros diez de altura.


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— ¿De quién huyes tú?


La humana no contestó. Lo miraba con las piernas temblándole.


— ¿Huyes de mi? ¡Eres una cagada! ¿Como tú vas a huil de mi? — dijo Rumba, señalándose a sí mismo con gesto autosuficiente —. Si yo soy pandereta, cubana y trabajo aqui; ¿de dónde vienes tú y qué haces aquí a esta hora?


Entonces caminó en cuatro hacia ella, como lo haría un depredador terrestre cuadrúpedo. Mientras lo hacía, le hablaba todavía en español, con su fuerte acento cubano. La estúpida humana apestaba a hormonas de miedo. Estaba cagadísima.


— ¿Qué estás haciendo? Ten cuidado con lo que haces— le decía Rumba, siguiendo sus movimientos con sus enormes ojos alienígenas, tan grandes como discos de vinilo —. Mide tus pasos. Yo soy empleado y tú una intrusa.


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Rumba se hartó de su cobardía, patetismo y negativa a contestar. Por alguna razón la presencia de ella en este parque, a altas horas de la noche -cuando debería estar durmiendo o haciendo algo más productivo con su vida- le sugirió a Rumba que la tipa no venía con buenas intenciones. Por eso cortó el juego, y rápidamente la agarró por su pescuezo gordo y fofo.


—Bueno, hasta aquí llegaste— le dijo, acercándola a su rostro —. Ni sales tú... ni salgo yo.


Entonces Rumba le torció la cabeza hacia atrás como lo haría con una presa normal. Luego se puso a la humana en la boca y caminó a gatas, arrastrando el cadáver hasta un rincón en el bosque donde la devoró. No era tan nutritiva como la carne de otro humanoide o el agua electrificada, pero le servía por esta noche...


Fin

 
 
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